Relación tóxica con Dragon’s Dogma

Lo nuevo de Capcom y Hideaki Itsuno ha sido mi obsesión durante las últimas semanas. Ha sido lo que más he disfrutado y odiado a partes iguales en lo que llevamos de 2024, un juego árido, complejo, sistémico e imperfecto. Hoy vengo a hablar de mi actual GOTY 2024, uno de los juegos que más me ha hecho sentir cosas nuevas de los últimos años y al que posiblemente no vuelva a acercarme.

Lo mejor será empezar por el principio: ¿qué es Dragon’s Dogma 2? Es la secuela de un juego salido en 2012. Un juego con éxito relativo en su momento, fue apreciado por una parte relativamente pequeña del público y tuvo un éxito comedido para el estándar de Capcom, sobre todo para lo que actualmente tendemos a esperar de la compañía. Pero con el tiempo fue ganando fama y el estatus de juego de culto que mantiene hasta el día de hoy.

El juego, en sí, es uno curioso; aunque a priori pueda parecer algo genérico, es un juego muy único gracias a sus sistemas y su mundo emergente. Un RPG de mundo abierto donde la exploración es troncal y un combate sistémico donde los enemigos grandes tienen puntos débiles accesibles mediante la escalada, algo parecido a Shadow of the Colossus pero con enemigos, en general, más pequeños.También destacaba la mecánica de los peones. Además de a tu personaje, el arisen, creas a otro, que será tu peón principal y te acompañará durante toda la aventura. Junto a él, puedes invocar a otros dos peones para acompañarte, siendo estos a su vez los peones principales de otros jugadores. Todos ellos tienen distintas personalidades y pueden ayudarte con los conocimientos ganados en sus respectivas partidas, comunicándose contigo y entre ellos según sus distintas personalidades. 

Todo esto es en parte de segundas, porque yo apenas he jugado a Dragon’s Dogma 1. Quería probarlo para saber si lo que tenía la secuela que ofrecer me podía interesar o no. Eso hice a principios de este año, lo probé y no acabé de entrar. Podía ver lo único de la propuesta, lo bien que funcionaban el sistema de peones y las diferentes vocaciones para tu “arisen” (el equivalente a clases de toda la vida), pero hubo cierta crudeza en el combate y en lo caótico de ellos que me echó para atrás después de apenas un par de horas. Tampoco ayudó que la historia no me acabara de decir nada. Esta experiencia enfrió la espectación que podía tener para la secuela, un juego continuista de algo a lo que no había entrado no sonaba muy interesante. Pero mi decisión no se mantuvo demasiado. El recibimiento tan aclamado por la crítica me hizo querer darle otra oportunidad. Igual la modernización de la propuesta me podía ayudar a entrar en ella más fácilmente, así que me puse a ello.

De primeras, la sensación fue parecida. Esta secuela es muy continuista, busca replicar las mismas sensaciones del primero con la tecnología y plataformas actuales, por lo que mis primeras horas fueron algo dubitativas. No acababa de conectar con el juego, no había nada en la historia ni en los personajes que me acabaran de interesar, y el combate, aunque le veía cierta gracia, me estaba costando disfrutarlo al ser apalizado por todo lo que midiera más de metro y medio.Pero el momento de conexión llegó. Intenté pelearme con un grifo después de cambiar a la vocación de guerrero, típica clase de fuerza con la que llevar el espadón más grande del lugar. Esa pelea fue impresionante, las espadas bañadas en fuego, saltos, fintas para intentar esquivar sus ataques, pero el momento clave fue cuando intentó echar al vuelo, tanto yo como uno de los peones que me acompañaban, nos subimos a él. Recorrimos un buen trozo de mapa, golpeando al grifo como podíamos mientras nos manteníamos agarrados, hasta que conseguimos que cayera y en ese momento caímos nosotros con él, pero mi peón llegó al rescate para parar mi caída y ganamos.

Ahí entendí Dragon’s Dogma mejor, entendí mejor cómo era su mundo, qué esperar del combate y todo lo que me podía ofrecer. Cuando el mundo emergente funciona y conecta contigo y con todos los sistemas, el juego es único. También suma que el mundo sea interesante de explorar para que haya buen terreno por el que andar en el que puede ocurrir cualquier cosa entre origen y destino. 

Todo lo que estoy diciendo parece chocar con el título del texto y con la idea que parecía querer transmitir, y es, en parte, cierto, porque me he dejado el resto de mi partida por contar. En esta no todo fue tan bonito. En mi partida fue todo una búsqueda de momentos como ese, que me hicieran volver a sentir algo parecido, un tipo de nostalgia de querer vivir algo otra vez que acaba de ocurrir hace pocas horas. El tema es que no siempre conseguía que volviera a ocurrir, o al menos así lo recuerdo. Jugué y jugué a Dragon’s Dogma 2, sacando todos los logros por el camino. Enfadándome con lo injusto que llegaba a ser a veces cuando no podías hacer nada contra los enemigos, y perdonándolo cuando volvía a presentar algo sobre la mesa que me rompía los esquemas, sea la esfinge, sea algunas de las vocaciones finales, o esa especie de acto 2 que no quiero spoilear a nadie pero si diré que me cogió muy sorpresa.

Durante este mes que he estado jugando, me he cansado una docena de veces de este juego, pero siempre he acabado volviendo, por una especie de ofuscación de que iba a encontrar más de ese mundo abierto sistémico con el que conecté. A veces lo encontraba y a veces no. Seguramente no haya sido la mejor forma de encarar una partida. Desde luego sano no parece, pero ha sido mi forma de relacionarme con Dragon’s Dogma 2 y, aun con todo, después de este amasijo de experiencias y montaña rusa de emociones, he quedado contento, porque si algo puedo decir con seguridad es que me gusta no poder ser rotundo con mi opinión, me gusta que sea compleja, enrevesada y contradictoria y que ni yo mismo sepa resumirla. Así que, por todo esto, lo único que puedo asegurar es que Dragon’s Dogma 2 es mi juego de lo que llevamos de 2024, tanto por lo bueno como por lo malo, y también puedo asegurar que, ni aunque lo intentara, podría tener una experiencia tan rocambolesca ni con este mismo juego ni con otro.